La otra noche tuvo lugar una partida en la que dos amigos se jugaban pocas cosas pero que marcaría también poco. Tras haber encajado tres derrotas consecutivas jugando mermado por el alcohol esta vez no bebí nada y demostré que en plenitud de facultades puedo derrotar al enemigo.
La partida duró una hora aproximadamente, tiempo en el cual dosifiqué mis energías e impedí que el ralentizado juego de mi adversario me debilitase la concentración, no había prisa, tenía que ser mentalmente más fuerte y meditar bien mis movimientos y sus posibles jugadas.
Con la compañía de una agradable señorita y dando conversaciones sobre varios temas para dar cuerda al rival en su propio hábitat natural, el comedor de su piso, y provocar un derrota mítica que culminó con mi sentencia, movimiento de reina para colocarla en posición de jaque y a continuación las palabras “jaque mate”.
Tras oír esto el adversario, bañado en sangre de sus piezas dudó y analizó algo que seguramente le dolería en lo más profundo al ver que efectivamente no había remedio a aquel desenlace.
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